El arte de gobernar y administrar las finanzas públicas no es tan sencillo como jugar a los dados a ver que números salen. Cuando los líderes de los pueblos hablan, no pueden hacerlo a la ligera. Lo que digan se considera dicho a nombre del estado, territorio o la nación que representan. El gobernador García Padilla cometió un grave error al inicio de su mandato, al expresar su desprecio a la importancia de la evaluación del crédito del gobierno. Hemos pagado muy caro su desliz.
Lo hizo al hacer la expresión de que le valía poco lo que piensen o digan las casas acreditadoras del crédito del gobierno, pues no gobiernan a Puerto Rico. Puntualizó que, “si esas entidades quieren tomar decisiones sobre el gobierno de la Isla, que se postulen. Lo que ellos piensen de mí, como dice Maná, me vale”, expresó el mandatario en una conferencia de prensa el 2 de abril de 2013. Implicaban sus palabras que, si querían gobernar, que vinieran y se encargaran del gobierno. Esa expresión, no propia de un jefe de estado, creó una enorme desconfianza en los mercados de inversión y en las propias casas acreditadoras que degeneró en degradaciones adicionales del crédito.
Esas expresiones que demostraban que el gobernador le asignaba poca importancia a las degradaciones que hicieran en las semanas anteriores a su comentario, al crédito de la Isla, Moody’s, Standard & Poors y Fitch, recorrieron el mundo. El mensaje fue desastroso y provocó desconfianza que generó no solo nuevas degradaciones del crédito, sino el cierre del acceso a los mercados y finalmente la imposición de una Junta de Control Fiscal por encima de la autoridad del gobernador.
No se hubiese llegado a la situación de falta de credibilidad en el gobierno por parte de las agencias que clasifican el crédito, a la degradación de la deuda a nivel de impago y la agravación de la crisis y Junta de Control Fiscal si el gobernador hubiese sido prudente en sus expresiones sobre su visión de la deuda y la situación fiscal.
Hay un contraste significativo entre este evento y el que ocurrió en enero de 2009 cuando el gobernador Luis Fortuño tomó posesión del cargo. Cuando tomó posesión como nuevo gobernador no había dinero para pagar la nómina del gobierno de la primera quincena del mes; había una deuda cuantiosa con los suplidores, que no estaban dispuestos a continuar brindando servicios sin recibir el pago de facturas pendientes; había una deuda a corto plazo por la suma de $1,000 millones, conforme los informes ante el Comité de Transición.
Al nuevo gobernador se le planteó, por sus asesores, la posibilidad de cerrar el gobierno nuevamente y suspender a los empleados públicos hasta que se encontrara una solución al pago por los servicios, incluyendo la nómina. La otra opción era refinanciar esa deuda con una emisión de bonos. El gobernador pidió algún tiempo, hasta el día siguiente, para dormir con las alternativas y reflexionar sobre las opciones.
Cerrar el gobierno nuevamente hubiese creado un ambiente de pánico en la ciudadanía y los empleados públicos con un costo emocional colectivo enorme. Pero, sin embargo, hubiese creado un ambiente positivo, de aceptación de las reformas o transformación del gobierno que era necesario realizar, con un beneficio político para el nuevo gobernador.
La otra opción, emitir deuda a mediano plazo que proveyera el efectivo necesario para cumplir las obligaciones a corto plazo y la falta de liquidez del gobierno, planteaba aumentar la deuda, conversar con las casas acreditadoras y pedir tiempo. El nuevo gobernador optó por la segunda opción. Sostuvo reuniones con las casas acreditadoras que estaban decididas a re-clasificar la deuda pública a un nivel por debajo del grado requerido para emisión de nueva deuda, explicó su propuesta de refinanciamiento y solicitó un periodo de seis meses para implantar una solución de corto plazo al problema de liquidez. No fue nueva, la deuda ya existía como déficit operacional y no había liquidez inmediata para cumplir con las obligaciones de corto plazo incurridas por el gobernador anterior. No era una opción un “me vale” o tirar los dados a ver que números salían.