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Santa Claus y los Reyes Magos no llegaban a nuestro vecindario - Nicolás Muñoz - Economista

Santa Claus y los Reyes Magos no llegaban a nuestro vecindario

Nota del autorEsta carta, la primera de una serie, forma parte del nuevo libro, Cartas a Nicole: Para cuando despiertes a tu adolescencia, escrito por el autor para hija pequeña hija Nicole Marie, de cinco años. El libro publicado el 20 de diciembre está disponible en la librería Biblio Services en Hato Rey y por internet en Librosondemand.com.

Querida Nicole: Quiero hablarte en esta carta sobre cómo era la temporada navideña en nuestro vecindario. Tú estás acostumbrada a la visita de Santa Claus durante la celebración de la Noche Buena. Preparas una lista muy grande con anticipación y Santa te deja regalos en nuestra casa, más de los que a mí me gustaría.

Pero también te deja regalos en casa de tu abuela Tita y tu abuelo Tomás. También te deja otros en casa de tu Titi Suzette, en casa de tu madrina Eva y el padrino Salvador; en casa del padrino Chemón y en casa de nuestros vecinos inmediatos. Pero no conforme con todos esos regalos, te deja algunos en casa de tus hermanos en Washington y Colorado y en casa del tío Tommy en Arizona; el tío Jimmy en New Jersey y la tía Ture en Florida.

En la casa de tu abuela, los deja regados por el comedor, la sala y el resto de la casa. Tu disfrutas buscando en cada esquina las sorpresas. Ese día es uno muy feliz para ti. Te confieso que me molesto con Santa, por complacer a tantos familiares que le dejan el portón abierto para que entre a sus casas y te deje tantos juguetes.

Luego llegan los tres Reyes Magos, un par de semanas después y aunque no son tan generosos como Santa, vuelves a recibir otros regalos, aunque esta vez, además de juguetes te traen alguna ropa, que exploras con algún desagrado.

Nuestra casa está llena de esos juguetes. Cuando te pido que regales algunos a otros niños, siempre tienes una excusa. “Este no, porque es mi preferido”. “Este tampoco”.

Pero Santa no era así con mis hermanos y conmigo cuando éramos pequeños. Santa no llegaba a nuestro vecindario, porque según mamá, los trineos no podían pasar por el camino tortuoso y enfangado que llevaba a nuestra comunidad aislada. En esa época creo que los renos con sus trineos no podían volar por las nubes como ahora.

Siempre nos acostábamos a dormir con la esperanza de que pudieran llegar. Pero al otro día mamá nos daba la misma respuesta. “mi’jo, Santa Clos no pudo llegar”.

Entonces esperábamos pacientemente por los tres Reyes Magos, un par de semanas más tarde. Esos tal vez podrían llegar porque venían en camellos y éstos, como los caballos, podrían pasar por aquel odioso camino. Cortábamos yerba y la poníamos debajo de la cama con un poquito de agua de manantial para los camellos. Pero el 6 de enero, volvíamos a recibir otra desilusión. Mamá nos decía, “los reyes no llegaron”.

Ese día, al menos, mamá nos vestía con ropa limpia, a veces nueva, y después del medio día nos enviaba a la casa de nuestros abuelos paternos, papá Sindo y mamá Quito. Mi abuelo paterno se llamaba Gumersindo, por eso le decían Sindo. Mi abuela paterna se llamaba María, pero no sé por qué le llamaban Quito. Allá mamá Quito nos tenía un almuerzo delicioso, nos entregaba una bolsita de dulces y unas monedas. Pero nunca nos dijo que fuera un regalo de los Reyes Magos.

Una semana después, el sábado siguiente, íbamos ilusionados a la clase de catequesis de la iglesia católica, que ofrecía un señor muy viejo llamado don Liborio. La clase de catecismo era en la mañana en la casa de unos vecinos, doña Arcángel y don Dionisio.  A las 10:00 am en punto, don Liborio hacía sonar, soplando con su boca, la concha de un caracol enorme que se escuchaba de una colina a la otra. Aquel sonido sordo era el llamado para indicar que unos minutos después comenzaría la catequesis.

Ese día corríamos con un entusiasmo, poco común, hasta llegar a la clase. Después de la clase, don Liborio abría un bolso grande que habían dejado los reyes en su casa del barrio Jagüey del municipio de Aguada, donde había carretera, según creo. Comenzaba a sacar humildes regalos, trompetas de plástico, sinfonías de boca, también conocida como armónica, carritos de policía, taxis, muñecas de trapo, marionetas, bolsitas de dulces y otros regalos que habían dejado los reyes en su casa para los niños de nuestro barrio.

Se organizaba una fila que no duraba mucho por el desorden que se armaba y aquel hombre viejo y santo comenzaba a repartir los regalos pacientemente. Nadie recibía más de un regalo. Todos éramos felices. Al final, don Liborio nos hacía repetir la señal de Cruz, el Padre Nuestro, el Credo y el Ave María, en señal de gracias a DIOS por aquel gesto de los Reyes Magos.

Con el transcurrir de varios años, mis tres hermanas menores sí recibieron las visitas de Santa y los tres reyes, cuando ya habían mejorado el camino y ya yo podía ganar algún dinero para enviar las cartas.

Tu eres afortunada. Deberías donar tus juguetes más viejos a nuestra iglesia, para que los entregue a niños menos afortunados, que no reciban tantos juguetes. Descubrirás la felicidad que sentirás cuando compartes parte de lo que tienes.

4 thoughts on “Santa Claus y los Reyes Magos no llegaban a nuestro vecindario

  1. Juan Pablo Pérez diciembre 24, 2018 at 8:36 am

    Excelente!
    Así eran las cosas en aquellos días.
    Me llegó al corazón la forma magistral al mostrar los valores familiares, religiosos y sociales. Es exquisito ese énfasis en compartir lo que se tiene y uno es. Éxitos, bendiciones y felicidades en Cristo Navidad.

    • Nicolás Muñoz enero 7, 2019 at 1:09 pm

      Querido Juan Pablo. Lamento la tardanza en contestar a tus comentarios. Estaba bloqueado el acceso. Gracias por leer mis columnas. Tengo una copia del libro para ti, pero en espera a una re-impresión que debe estar lista en dos semanas.

  2. Mercedes M Bauermeister diciembre 24, 2018 at 9:43 pm

    Precioso relato que de seguro asombrará a muchos niños y jóvenes, además de Nicole.
    Esa experiencia que narras nos enseñó a valorar lo que tenemos, a ser agradecidos de todo gesto de compartir, pero por alguna razón al crecer quisimos dar a nuestros hijos “lo que no habíamos tenido” y en el camino también les hicimos perder lo que sí tuvimos.

    • Nicolás Muñoz enero 7, 2019 at 1:07 pm

      Gracias, Mercedes.Lamento la tardanza en responder a tus comentarios a mi columna. Se había bloqueado el acceso. Gracias por leer mi columna.

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