Esta carta, cuarta de una serie, forma parte del nuevo libro, Cartas a Nicole: Para cuando despiertes a tu adolescencia, escrito por el autor para su pequeña hija Nicole Marie, de cinco años. El libro publicado el 20 de diciembre está disponible en la librería Biblio Services en Hato Rey; Casa Norberto en Plaza las Américas, Librería Norberto en Rio Piedras; Librería La Casita en Aguadilla Mall y por internet en Librosondemand.com.
Querida Nicole: De mis años en la escuela intermedia, Cruces Nueva, recuerdo aquel colmado cuyo nombre era Terraza Muñoz, donde esperábamos el autobús escolar. Tenía un segundo piso, donde se bailaba los fines de semana y se escuchaba vellonera. Allí escuche por primera vez, las canciones del Jibarito de Lares, Odilio González; Julio Jaramillo y Felipe Rodríguez. Todavía escuchó la canción “El Arbolito” y “Mercedita” de Odilio González, “Nuestro Juramento” de Julio Jaramillo y “La Última Copa” de Felipe Rodríguez. De esos tres ídolos de mi adolescencia, Odilio González es el único que a la fecha que te escribo esta carta continua con vida y cantando en conciertos.
La vellonera era el método de dedicarle canciones a la chica de la que estabas enamorado. Como el sonido se podía escuchar a distancia, el sufrido varón le pedía al dueño de la barra “súbeme la vellonera”, que quería decir que le subiera el volumen. Así la ingrata mujer amada que, tal vez, vivía en la siguiente colina, podía escuchar las canciones.
Si había motivo suficiente para repetir una y otra vez una canción, se le pedía al dueño “pon la vellonera directa”, que conllevaba que se repitiera continuamente una y otra vez esa canción para asegurarse que la amada ingrata la escuchara.
En mi barrio otro había otro colmado/barra cerca de donde vivía mi abuelo papá Sindo, que tenía una vellonera. Los varones con despecho por alguna mujer ingrata que no accedía a su amor acostumbraban a tomar cervezas recostados sobre la vellonera mientras dejaban escapar alguna lágrima. Yo, por supuesto, me gustaba echar monedas a la vellonera y dejaba escapar lágrimas por una chica del barrio que me gustaba.
Todavía voy alguna vez a una barra o restaurante de los campos de Aguada, mi pueblo natal, a tomar una cerveza, almorzar y echar monedas a una vellonera. Sigo disfrutando de “Mercedita”, “Nuestro Juramento” y “La Última Copa”. Esas canciones las puedes escuchar en YouTube o la aplicación de internet que esté vigente cuando leas estas cartas.
Hace algún tiempo me acompañaste en unos de esos viajes de bohemio y le echaste varias monedas a la vellonera y jugaste al billar conmigo. También has disfrutado de poner discos de vinilo en mi viejo plato de tocadiscos. Aprendí de esas experiencias de mi adolescencia que la música alimenta el alma; es un sedante contra la tensión y el desaliento y estimula la creatividad. Hablo, claro, de la música poesía, no importa el género. Puede ser una bachata rosa de Juan Luis Guerra, una salsa de Rubén Blades o la Obertura de 1812 de Tchaikovsky.
Esas tres canciones yo tambien las escuchaba de nino, y todavia las escucho en Google y Youtube.